Palabras pronunciadas por Jorge Fornet con motivo del 65 aniversario de la Casa de las Am茅ricas. Sala Che Guevara, 27 de abril de 2024
Se cumplen ma帽ana 65 a帽os de la fundaci贸n de la Casa de las Am茅ricas, cifra inimaginable para quienes llegaron aqu铆 en 1959 y a la que hoy aludimos como si se tratara de lo m谩s normal del mundo. Y aunque tambi茅n nos parezca natural, no deja de resultar sorprendente que entre las primeras medidas tomadas por el Gobierno revolucionario, o mejor dicho, que entre las primeras medidas revolucionarias tomadas por el nuevo Gobierno, estuviera la creaci贸n de la Casa, precedida por la del Icaic y la Imprenta Nacional. Todav铆a la Revoluci贸n no era plenamente la Revoluci贸n, todav铆a Urrutia era presidente de la Rep煤blica y no se hab铆a promulgado la Primera Ley de Reforma Agraria, y ya la cultura comenzaba a levantarse sobre nuevas bases. En lo que respecta a la Casa, adem谩s, hay una particularidad adicional. La fundaci贸n del Icaic y de la Imprenta Nacional eran, por decirlo as铆, previsibles; de hecho, supon铆a la consumaci贸n de viejos anhelos, y ambos nac铆an como instrumentos para fomentar producciones concretas, ya fuera de pel铆culas o de libros destinados al nuevo p煤blico que apenas comenzaba a gestarse. La creaci贸n de la Casa, m谩s abstracta en sus objetivos, implicaba un acto de imaginaci贸n mayor, remit铆a a nociones como integraci贸n, independencia, intercambio, comunidad, etc茅tera. Pronto se demostrar铆a que tales abstracciones arrojar铆an resultados tangibles.
A la entrada de este edificio, al pie de la majestuosa escalera que nos conduce hasta aqu铆, se lee: “Esta es la Casa de Haydee Santamar铆a”. No estaba escrito en ninguna parte que el destino de aquella mujer excepcional, de escasos estudios formales y vinculada desde la primera hora a la lucha revolucionaria (hermanada con Fidel antes, incluso, de que fuera Fidel), pudiera estar asociado a cualquier idea de lo que ser铆a este lugar. Eso que, en gran medida gracias a ella, estaba a punto de ocurrir en este sitio de misi贸n incierta, nadie pod铆a haberlo imaginado. Sin embargo, muy pronto se fue dibujando el perfil de la instituci贸n, al que la historia –o, m谩s precisamente, la casi inmediata hostilidad de los gobiernos de la regi贸n– oblig贸 a pasar a la ofensiva.
Lo cierto es que aunque el protagonismo de Haydee no ha sido disputado por nadie y que ella sigue ocupando el lugar preminente que le corresponde, es justo reconocer que esta es tambi茅n la Casa de Mariano, de Roberto, as铆 como de los centenares y centenares de trabajadores que –en un arco que va de figuras como Ezequiel Mart铆nez Estrada y Manuel Galich a los compa帽eros y compa帽eras de m谩s modesta responsabilidad– han contribuido a hacer de ella lo que es.
Esta es adem谩s, como le gustaba repetir a la propia Haydee, la Casa de todos los intelectuales y amigos que, desde cualquier punto del planeta, han tomado parte de un modo u otro en este empe帽o, as铆 como la de quienes durante d茅cadas han recibido los mensajes de la instituci贸n o se mantienen al tanto de su quehacer. Much铆simo antes de que el universo digital nos permitiera multiplicar el n煤mero de destinatarios, ya las publicaciones y la voz de Cuba llegaban, gracias al trabajo de divulgaci贸n de la Casa, a miles de personas en noventa pa铆ses de los cinco continentes, las cuales no conoc铆an de nuestra Isla m谩s que una direcci贸n postal: Tercera y G, El Vedado.
Y desde luego, es tambi茅n la Casa de quienes asisten a las actividades que aqu铆 se realizan, as铆 como de los estudiantes que han crecido entre las revistas y libros de nuestra biblioteca. (Por cierto, ahora mismo se exhibe en la Galer铆a Latinoamericana, como parte de una peculiar exposici贸n, el carnet de usuario de Roque Dalton.) No deja de ser, incluso, la Casa de los turistas que cada d铆a se toman fotos a la entrada, ante el nombre fundido en letras de bronce, simplemente para dar fe de que pasaron por este lugar legendario.
Haber consolidado un proyecto y un equipo capaz de llevarlo adelante, mucho m谩s all谩 de su propia desaparici贸n f铆sica, es uno de los tantos m茅ritos de Haydee. Las vidas de quienes hoy hemos sido galardonados est谩n atravesadas en mayor o menor medida por su presencia y su pasi贸n. Entre nosotros hay quienes tuvieron el privilegio de trabajar durante a帽os a su lado; otros pudieron conocerla y llevar adelante encargos que la involucraban. Sin embargo, la mayor铆a de los presentes, incluso entre los condecorados, nunca la vieron en persona. No importa: a unos y otras los une la fidelidad a eso que Mariano sol铆a llamar el esp铆ritu de la Casa, esa vocaci贸n propia de quienes trabajan aqu铆, debida no a un feliz azar, sino a un compromiso heredado de generaci贸n en generaci贸n.
Me permito la libertad y la osad铆a de hablar como parte de quienes reciben hoy las medallas Haydee Santamar铆a y Alejo Carpentier, y la Distinci贸n por la Cultura Nacional, simplemente para expresar el agradecimiento de todas y todos, porque s茅 que estar hoy ante este 脕rbol de la vida que nos acompa帽a y simboliza desde hace medio siglo, es un orgullo compartido. Cuando la medalla que lleva el nombre de nuestra fundadora fue entregada por primera vez en 1989 (ma帽ana se cumplir谩n exactamente 35 a帽os), Mario Benedetti tuvo a su cargo las palabras de agradecimiento en representaci贸n de aquel grupo extraordinario. A帽os despu茅s evocar铆a a Haydee, al decir que ella “enriqueci贸 mi vida cuando trabaj谩bamos juntos”, y que “[e]n las conversaciones con que matiz谩bamos el trabajo […] habr铆an de madurar (al amparo de Mart铆, a quien ambos admir谩bamos) mis opiniones sobre el papel del escritor y el artista latinoamericanos ante su pueblo y ante s铆 mismos. Ella lo ten铆a bien claro, e irradiaba esa claridad”. Al influjo de esa misma claridad hemos crecido.
Aunque la Casa naci贸 oficialmente el 28 de abril, su primera actividad p煤blica –como es sabido– tuvo lugar poco m谩s de dos meses despu茅s, el 4 de julio, con un concierto de dos m煤sicos estadunidenses. Ese gesto parecer铆a coherente con el esp铆ritu panamericanista de las instituciones que hab铆an coexistido hasta poco antes en este edificio y con el propio nombre de la reci茅n nacida. Pero para entender el proceso que estaba teniendo lugar tanto en el pa铆s como dentro de estas paredes, ese hecho debe ser contrastado con lo ocurrido apenas veinte d铆as despu茅s, cuando la Casa fue inundada por un nuevo y protag贸nico sujeto.
Un mes antes de que ello ocurriera, desde Caracas, Alejo Carpentier hab铆a publicado en su secci贸n Letra y solfa, de El Nacional, un art铆culo en el que adelantaba: “pronto, 50 000 guajiros a caballo, con sus sombreros de guano, sus guayaberas, zapatos de vaqueta, mochilas y machetes, desfilar谩n –¡oh, manes del Cucalamb茅!– por las calles de esta jubilosa Habana de 1959, ciudad que no asisti贸 a parecido espect谩culo desde la entrada del chino M谩ximo G贸mez, en los albores de la Rep煤blica”. Centenares de aquellos guajiros descritos por Carpentier pasaron por aqu铆. Una fotograf铆a mucho menos c茅lebre que El Quijote de la farola, de Korda, pero no menos evocadora, los muestra comiendo en esta misma sala; en otra, mezclada con ellos, aparece Haydee. No se entiende la tarea que la Casa estaba comenzando a asumir, si se pasa por alto que parte de su sentido fue integrarse de manera org谩nica a la convulsi贸n revolucionaria, y expandir el alcance de sus destinatarios.
Coincidiendo, por cierto, con la llegada de los guajiros a La Habana anunciada en sus palabras, Carpentier regres贸 definitivamente a Cuba justo a tiempo para ser testigo de la primera celebraci贸n popular del 26 de julio. De inmediato se involucr贸 en la vida cultural del pa铆s y entre las primeras tareas que asumi贸 estuvo su decisivo aporte en la concepci贸n y organizaci贸n de nuestro Premio Literario. Y fue tal la eficacia del concurso, que apenas un a帽o despu茅s de iniciado, en el discurso que pronunciara en la Conferencia de Punta del Este en 1961, el Che lo mencionar铆a como prueba y ejemplo del modo en que Cuba propiciaba la “exaltaci贸n del patrimonio cultural de nuestra Am茅rica Latina”. Desde entonces y hasta su muerte, Carpentier permanecer铆a vinculado a la Casa. De manera que, para algunos de nosotros, recibir aqu铆 la medalla que lleva su nombre entra帽a un inmenso honor.
Si bien la Casa de las Am茅ricas adquiri贸 muy pronto vida y personalidad propias, ella expres贸, en el plano de la cultura, preocupaciones y miradas afines al proyecto pol铆tico de la Revoluci贸n cubana. Roberto Fern谩ndez Retamar resumi贸 en cierta ocasi贸n su logro mayor:
Si alguna cualidad positiva tiene la Casa que Haydee hizo, la Casa de las Am茅ricas, es la de ofrecerse como sitio de encuentro de dos l铆neas poderosas que atraviesan la gran naci贸n a煤n despedazada que somos: la l铆nea que reclama nuestra plena independencia y nuestra integraci贸n (es la l铆nea de Bol铆var, Sandino, Fidel o el Che), y la que, con pareja energ铆a, anda en busca de nuestra expresi贸n, para usar t茅rminos cl谩sicos de Pedro Henr铆quez Ure帽a: una expresi贸n que ya empez贸 a ser nuestra en viejas piezas y m煤sicas, en el Inca Garcilaso, en Sor Juana, en el Aleijadinho. All铆 donde ambas l铆neas se fusionan, arden obras mayores, a la cabeza de las cuales se encuentra la de Jos茅 Mart铆.
A帽os antes, un cr铆tico como Emir Rodr铆guez Monegal –a quien no es f谩cil acusar de simpatizante de la Revoluci贸n ni de la Casa–, reconoc铆a el papel de ambas en el desarrollo del llamado boom de la narrativa latinoamericana: “A veces se olvida […] que el triunfo de la Revoluci贸n Cubana es uno de los factores determinantes del boom”, expresaba, para a帽adir luego que las circunstancias pol铆ticas proyectaron al centro del ruedo internacional a la Isla y, con ella, a todo el continente. Adem谩s de afirmar que el gobierno cubano “asume una posici贸n cultural decisiva y que tendr谩 incalculables beneficios para toda Am茅rica Latina”, Monegal reconoc铆a que la Casa de las Am茅ricas, “por algunos a帽os se convertir谩 en el centro revolucionario de la cultura latinoamericana”, gracias a su revista, su Premio y sus libros.
Abro un peque帽o par茅ntesis para recordar que desde sus inicios la Casa desbord贸 su misi贸n cultural y nuestra 谩rea geogr谩fica para volcarse, adem谩s, en compromisos pol铆ticos como el apoyo a Vietnam y a la descolonizaci贸n de 脕frica en los a帽os sesenta y setenta, o a Palestina ahora mismo. Tambi茅n ha sido notable su respaldo a causas humanitarias. Tenemos un temprano y curioso testimonio de esta solidaridad (cierto que un testimonio algo irritado), gracias a una carta del cr铆tico Manuel Pedro Gonz谩lez dirigida a Portuondo, entonces embajador en M茅xico. Escrita desde el Hotel Presidente, seg煤n presumo, est谩 fechada el 26 de mayo de 1960, cuatro d铆as despu茅s de que un devastador terremoto asolara Chile. Aunque la carta se extiende por varios p谩rrafos, comienza as铆: “Querido Jos茅 Antonio: // Dudo que pueda terminar estas l铆neas. A dos cuadras, en la Casa de las Am茅ricas, frente a mi ventana, han instalado un alto –alt铆simo– parlante demandando ayuda para las v铆ctimas de Chile y es dif铆cil concentrarse. Tratar茅 de hacerlo”. Si bien no solemos asociar a la Casa con el bullicio urbano, del que m谩s bien es v铆ctima, la an茅cdota da fe de cierta temprana ruptura del orden cuando la ocasi贸n lo ameritaba.
Pero volviendo a nuestro tema esencial, para que esta instituci贸n llegara a ser lo que es, cont贸 desde sus inicios con la participaci贸n entusiasta y la colaboraci贸n generosa de escritores, artistas y, m谩s adelante, de instituciones de esta y de otras regiones. Unos y otras contribuyeron de manera decisiva al alto grado de excelencia y la repercusi贸n internacional de este din谩mico centro, tanto como a cimentar un patrimonio art铆stico, documental, sonoro, bibliogr谩fico y editorial de enorme valor. A tal punto la Casa ha desarrollado una intensa labor en el campo de la literatura, la m煤sica, el teatro y las artes pl谩sticas, por la que es reconocida internacionalmente, que a veces se olvida que ha sido tambi茅n un punto de referencia para el pensamiento latinoamericano y caribe帽o; e incluso el producido en sitios lejanos y en otras lenguas, como el que durante d茅cadas encontr贸 un centro irradiador, desde la Casa, en la revista Criterios, realizada por Desiderio Navarro. Y ha sido, al mismo tiempo, un puente y lugar de encuentro en el que se han tejido, a lo largo de estas d茅cadas, importantes redes intelectuales y profundos afectos. El propio Benedetti, al volver de Cuba despu茅s de su primer viaje a la Isla en 1966, le escribi贸 a Retamar una primera carta en la que confesaba: “ustedes tienen un modo muy particular de invadirle a uno el coraz贸n y hacer que uno sienta, a los pocos d铆as de haber llegado, la confianza y la alegr铆a de una amistad s贸lidamente cimentada”; y a帽ad铆a: “desde ahora todo ese mundo es tambi茅n un poco el m铆o”.
Intentar茅 evitar, sin embargo, sucumbir a la embriaguez de la nostalgia, dado que es f谩cil en un caso como este echar mano a una historia y unos colaboradores excepcionales que justificar铆an por s铆 mismos la labor de la instituci贸n, cuando lo importante es ver un proceso, entender sus claves y evaluar su pertinencia en el mundo de hoy. Aun as铆, no puedo desentenderme del hecho de que por estas salas y pasillos han andado millares de los hombres y mujeres m谩s notables de la literatura, las artes y la reflexi贸n en la Am茅rica Latina y el Caribe, y tambi茅n de otros continentes, incluidos premios Nobel que todav铆a no lo eran como Asturias, Neruda, Garc铆a M谩rquez, Soyinka, Cela, Dario Fo, Saramago y Vargas Llosa. De la relaci贸n con esos miles queda un aluvi贸n de cartas que rebasan su enorme valor como manuscritos para dar fe de una 茅poca llena de pasi贸n y de contradicciones. Por eso nos pareci贸 involuntariamente gracioso que el a帽o pasado, con motivo del centenario del escritor italiano Italo Calvino, alguien sugiriera colocar en alg煤n lugar visible de este singular edificio una de esas placas en las que se lee: “Aqu铆 estuvo…” o “Por aqu铆 pas贸…”, para se帽alar que la Casa fue uno de esos sitios importantes vinculados con el escritor. Aquella era una petici贸n irrealizable porque antes hubi茅ramos tenido que tapizar las paredes del edificio, de arriba a abajo, con miles de placas similares.
Junto a ellos, por supuesto, tambi茅n han recorrido estos espacios Mart铆n Fierro y Blas Cubas, Do帽a B谩rbara y Pedro P谩ramo, Ti Noel y Caliban, Jos茅 Cem铆 y el Macho Camacho, Juanito Laguna y Ramona Montiel, Santa Juana de Am茅rica y el Pagador de promesas, la Maga y Aureliano Buend铆a, Amanda y Manuel, Mafalda y Anansi, Beatriz Viterbo y Arturo Belano, as铆 como tant铆simos personajes m谩s que nos siguen acompa帽ando.
Otros visitantes han encontrado en la Casa un lugar de referencia a la hora de generar proyectos similares. En 1988 el antrop贸logo brasile帽o Darcy Ribeiro lleg贸 a Cuba como parte del prop贸sito que lo llev贸 a otros pa铆ses latinoamericanos: establecer o afianzar contactos y conseguir colecciones de arte popular, libros, discos y pel铆culas para el acervo del naciente Memorial de Am茅rica Latina, que pronto se fundar铆a en S茫o Paulo. En esa ocasi贸n, acompa帽ado de Eliseo Diego, visit贸 la Casa para formalizar la relaci贸n entre ella y el Memorial. La carta que le escribi贸 a Retamar a su regreso a R铆o de Janeiro, no tiene desperdicio. Comienza con una humorada no muy adecuada a la sensibilidad de hoy, que alude a las muchas y eficientes mujeres que trabajaban en la Casa (a las que el pintor chileno Roberto Matta llamaba «las Casadas de las Am茅ricas»); no obstante la repetir茅, porque est谩 escrita desde el cari帽o, y porque varias de las aludidas se encuentran entre las galardonadas: “Fueron lindos mis d铆as en Cuba. Les agradezco mucho a ti y a tu extraordinario equipo. ¿No quieres prestarme a tus muchachas? Con ellas aqu铆, el Memorial de Am茅rica Latina podr铆a incluso funcionar”.
El propio Matta hab铆a llegado a La Habana un cuarto de siglo antes, en febrero de 1963, invitado por la Casa. En aquel productivo viaje de varias semanas, realiz贸 Cuba es la capital, el mural que desde entonces se encuentra a la entrada de este edificio. Al rese帽ar la visita, Edmundo Desnoes recordar铆a que cuando Matta lleg贸 apenas hab铆an transcurrido “cinco meses del bloqueo naval con el que Estados Unidos pretendi贸 asfixiarnos”, lo que provoc贸 escasez de materiales para los artistas, de modo que el pintor decidi贸 emplear cal y “la propia tierra cubana” extra铆da del jard铆n. Contar铆a entonces Matta que Eusebio, el trabajador de la Casa que le llevaba los cubos llenos de tierra, le dijo que eso nunca se hab铆a visto en Cuba: “Sent铆 que yo [a帽adir铆a Matta] estaba abriendo una visi贸n a otro hombre, quit谩ndole prejuicios, mostr谩ndole posibilidades”.
Por esas mismas fechas se encontraba entre nosotros, como jurado del Premio Literario, Julio Cort谩zar. Aquel viaje, confesar铆a despu茅s, cambi贸 su vida y le permiti贸 cobrar conciencia de su condici贸n latinoamericana. En la 煤nica carta escrita desde La Habana esa vez, dirigida a su amigo Eduardo Jonqui猫res y fechada el 22 de enero, le cuenta: “No te escribo largo porque la Casa de las Am茅ricas no me deja” por los compromisos y las “monta帽as de libros y revistas” que le entregaba. Promete hablarle m谩s adelante sobre la Revoluci贸n, pero comenta el frenes铆 de los intelectuales cubanos “trabajando como locos, alfabetizando y dirigiendo teatro y saliendo al campo a conocer los problemas… Huelga decirte que me siento viejo, reseco, franc茅s al lado de ellos”. Cort谩zar, que no tiene un pelo de ingenuo, a帽ade: “no cierro los ojos a las contrapartidas, pero no son nada frente a la hermosura de este son entero de verdad”. Y da fe, entonces, del dif铆cil momento que le correspondi贸 ver: “Qu茅 tipos, che, qu茅 pueblo incre铆ble. El bloqueo es mostruoso. No hay remedios, ni siquiera unas pastillas para la garganta. Se hacen prodigios para combinar el arroz con los boniatos y los boniatos con el arroz”.
Al recordar esos otros momentos escarpados, no puedo pasar por alto que vivimos tiempos particularmente dif铆ciles, en los que no solo nos asedian carencias materiales de todo tipo y que el bloqueo (aquel mismo bloqueo) sigue en pie, sino tambi茅n la fatiga propia de la batalla que se alarga. Por si fuera poco, el horizonte latinoamericano, para no hablar del mundial, vive d铆as turbulentos. Es grato y es c贸modo el trabajo de la Casa con el viento a favor, cuando –por ejemplo– la mayor parte de los gobiernos de la regi贸n sintonizan con la aspiraci贸n de la unidad, y se facilita el intercambio de ideas. En tiempos de crisis y de gobiernos que expl铆citamente intentan dinamitar la noci贸n misma de unidad latinoamericana y caribe帽a, ese trabajo es m谩s dif铆cil pero tambi茅n m谩s necesario.
El ya citado Carpentier coment贸 que todo escritor y todo artista se ha preguntado alguna vez qu茅 sentido tiene su trabajo creativo. En un mundo en el que existe tal cantidad de obras extraordinarias que no alcanza la vida de una persona para abarcarlas, ¿qu茅 raz贸n tiene perseverar en la tarea? Seguramente a buena parte de nosotros –en tanto representantes de una instituci贸n– nos ha asaltado una pregunta similar. Pero entonces se hace inevitable pensar que a煤n somos necesarios porque el arte y la literatura llevan en s铆 la curiosa paradoja de que nos sustraen del mundo para permitirnos entenderlo y entendernos mejor; porque el pensamiento puede angustiarnos a la vez que nos hace m谩s libres, y porque la Casa debe seguir siendo una alternativa a lo que parece ser el sentido com煤n de nuestro tiempo. Hay, a la vez, llamados de los que no podemos apartarnos, como el hecho –pongamos por caso– de que se cumplir谩 en diciembre el bicentenario de la batalla de Ayacucho, que sell贸 la independencia hispanoamericana en territorio continental, y nos corresponde conmemorarlo, puesto que se trata de un hito (tambi茅n cultural) en la larga historia que nos ha tra铆do hasta aqu铆. Y en medio de la incertidumbre uno recuerda las ocasiones en que, por falta de recursos, en lugar de detener el trabajo, otros han echado mano a la tierra que nos rodea, tanto en el sentido concreto que supieron otorgarle Matta y Eusebio, como en el metaf贸rico que le daban nuestros mambises al decir que tambi茅n la tierra pelea.
M谩s de una vez he pensado que el principal defecto de la Casa de las Am茅ricas es quiz谩 su mayor virtud: la ambici贸n permanente, su irrefrenable vocaci贸n de ir siempre m谩s all谩 y desbordar fronteras. No me refiero a esa recurrente inclinaci贸n a enlazar opuestos, como transitar sin tropiezos –para atenernos a un ilustrativo ejemplo de 1967– entre dos momentos excepcionales y diversos de la creaci贸n po茅tica: de la celebraci贸n del Encuentro con Rub茅n Dar铆o, homenaje a uno de los mayores poetas de la lengua, a la realizaci贸n del Encuentro de la Canci贸n Protesta, al cual debemos, por un lado, la imagen de la rosa y de la espina dise帽ada por Rotsgaard (quiz谩s el m谩s reproducido de los carteles culturales cubanos), y, por otro, el nacimiento pocos a帽os m谩s tarde del Movimiento de la Nueva Trova. Pero no me refiero a eso, repito, sino a algo m谩s program谩tico.
Ayer mismo clausuramos un Premio concebido originalmente para escritores hispanoamericanos en los g茅neros literarios tradicionales. Era f谩cil acomodarse a ello y sostener el inter茅s de los concursantes sin arriesgar nada. Pero pronto la Casa quiso m谩s: incluir a los autores de Brasil, adoptar el g茅nero testimonio (decisi贸n que provoc贸 estas palabras de Rodolfo Walsh: “creo un gran acierto de la Casa de las Am茅ricas haber incorporado el g茅nero testimonio al concurso anual. Es la primera legitimaci贸n de un medio de gran eficacia para la comunicaci贸n popular”), convocar la literatura para ni帽os y j贸venes, asimilar a los autores caribe帽os no solo en las lenguas de las metr贸polis sino tambi茅n en los creoles de la regi贸n, aceptar como propios a los latinos residentes en los Estados Unidos, poner el foco en mujeres, negros, pueblos originarios. Y as铆 sucesivamente, en una l贸gica que se repite en cada 谩rea de la Casa, en sus eventos y publicaciones. ¿Qu茅 sentido tiene tanta locura? Pues esa locura forma parte de la capacidad de la Casa para fundar y reinventarse sin dejar de ser fiel a s铆 misma, y de su af谩n de redefinir y extender el concepto mismo de nuestra Am茅rica, y de quienes hacen su cultura y su historia, m谩s all谩 de los excluyentes l铆mites que han pretendido impon茅rsele.
Hace exactamente treinta a帽os, es decir, en 1994, se produjo en la Casa un inusitado recambio generacional. Por acuerdo colectivo, cuatro compa帽eras y un compa帽ero que ocupaban cargos de direcci贸n tuvieron la visi贸n y la generosidad de dar un paso al lado y emprender nuevas tareas dentro de la Casa; cuatro de ellos, por cierto, est谩n siendo distinguidos esta ma帽ana. En su lugar, cinco j贸venes nacidos, y sobre todo nacidas, en los a帽os sesenta, y que por lo tanto son m谩s j贸venes que la Casa misma, pasaron a ocupar las direcciones de Artes Pl谩sticas, Biblioteca, Administraci贸n, Prensa y el Centro de Investigaciones Literarias.
Esa apelaci贸n a los j贸venes no era nueva. Protagonista del entusiasmo generado por la Revoluci贸n, era l贸gico que la Casa lograra nuclear a la mayor parte de las figuras que, en los a帽os sesenta, estaban realizando lo mejor de la cultura del momento. Un desaf铆o mayor significaba mantener el contacto y la capacidad de convocatoria entre quienes entonces apenas comenzaban a dar sus primeros pasos en el 谩mbito cultural. Consecuencia de tal desaf铆o fue la celebraci贸n del Encuentro de J贸venes Artistas Latinoamericanos y del Caribe celebrado en 1983, que convoc贸 a escritores, artistas y cient铆ficos sociales, y que, visto en perspectiva, fue el antecedente m谩s obvio del espacio Casa Tomada.
Cinco a帽os despu茅s de aquella renovaci贸n generacional, al pronunciar las palabras inaugurales del Premio Literario de 1999, Retamar formulaba preguntas que, naturalmente, iban mucho m谩s all谩 de preocupaciones sobre el concurso mismo:
¿qu茅 van a hacer los j贸venes con el Premio Casa de las Am茅ricas? ¿Quedar谩 como est谩? ¿Desaparecer谩, entendi茅ndose que su misi贸n ha sido cumplida? ¿Encontrar谩 maneras creadoras de seguir prestando servicios? […] Hago estas preguntas en un momento de madurez de nuestro Premio y de nuestra Casa. Y, como he dicho, no anticipo contestaciones. Es m谩s: quiero dejar las preguntas en el aire, con la certidumbre de que ser谩n bien respondidas. Si hemos sabido ser los mismos y otros, si hemos vivido y sobrevivido a trav茅s de pruebas a menudo bien complejas, tropezando y volviendo a encontrar el paso, tenemos derecho a la confianza. Tenemos m谩s: el derecho, y probablemente el deber, de volver a empezar.
Ha transcurrido un cuarto de siglo desde entonces. El hecho de que estemos hoy aqu铆 significa que aquellas preguntas fueron bien respondidas y las preocupaciones encontraron adecuado cauce. Pero unas y otras se renuevan permanentemente, de manera que siguen en pie y toca a los j贸venes de hoy no olvidarlas. Como no debe olvidarse que la historia de la Casa puede ser contada como un relato de sucesos felices (m谩s a煤n porque la ocasi贸n celebratoria lo propicia), pero que tambi茅n ha sido un campo de batalla erizado de pasiones y tensiones de todo tipo, donde estallaban pol茅micas y colisionaban puntos de vista, como inevitable corolario de su permanente toma de posici贸n.
Premios, coloquios, exposiciones, conciertos, lecturas, debates, ediciones y espect谩culos teatrales contin煤an con su perseverancia habitual. Escritores, artistas, pensadores y activistas de todos los sitios siguen viniendo a ella, habit谩ndola y reconoci茅ndola como propia. Son los hechos cotidianos que hacen de la Casa de las Am茅ricas lo que es. Mucho menos cotidiano y s铆 m谩s excepcional es lo que est谩 ocurriendo esta ma帽ana. Deseo reiterar el agradecimiento de quienes hemos sido condecorados hoy. A todas y todos nos une el profundo v铆nculo con este sitio; el motivo que nos convoca permite reconocernos como miembros de la enorme familia de quienes, a partir de 1959, han sido tocados de un modo u otro por la Casa de las Am茅ricas, desde su inolvidable fundadora, hasta los hijos y nietos de aquellos guajiros que una vez, hace casi 65 a帽os, inundaron esta sala.
Quiero concluir recordando que fue aqu铆 mismo, en este sitio de la ciudad en que se erige el edificio que desde 1959 ocupa nuestra instituci贸n, donde se levant贸 la antena de 57 metros de altura que, a principios de 1905 y por primera vez en la historia de la humanidad, permiti贸 realizar una conexi贸n inal谩mbrica entre dos pa铆ses, al enlazar a La Habana con Cayo Hueso, como pre谩mbulo de sucesivas conexiones con estaciones de M茅xico, Puerto Rico y Panam谩. Es dif铆cil no sentirse tentado a leer el azaroso acontecimiento como una se帽al del destino porque la Casa de las Am茅ricas ha sido precisamente eso, una enorme antena para comunicarse con el mundo. Es un fortuito acto de justicia, entonces, que aqu铆 donde naci贸 una nueva forma universal de conectarse, creciera tambi茅n una instituci贸n que hizo de ese prop贸sito parte del sentido de su existencia.